Ante los cambios en los patrones de vida por el confinamiento debido al COVID-19 –que ha llegado a causar disfunción en el comportamiento, el sueño y la alimentación– es necesaria la atención profesional para reconocer y comunicar las emociones y controlarlas.
Pablo Adolfo Mayer Villa investigador del Departamento de Ciencias de la Salud de la Unidad Lerma de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) advirtió sobre los conflictos afectivos que pueden presentarse ante al largo encierro por el COVID-19, que de por sí ha generado hartazgo y ansiedad, tanto en adultos como en niños y adolescentes.
En el programa Ciencia abierta al tiempo, transmitido por UAM Radio 94.1 FM, el especialista abordó el impacto del distanciamiento social por COVID-19 y las herramientas que permitan afrontarlo.
Tales crisis son trastornos del estado anímico y entre los más comunes están las depresiones mayor o unipolar; bipolar o maníaco depresiva y, desde 2013, una clasificación nueva definida como alteración de la regulación emocional.
Sin embargo, señaló que para diagnosticar cualquiera de estos niveles en pequeños y jóvenes debe identificarse en principio los síntomas cardinales: tristeza, irritabilidad –que llegan a causar disfunción en las familias– y anhedonia, consistente en la incapacidad de sentir placer o de realizar actividades confortantes.
Mayer Villa, puntualizó que una atención adecuada requiere el diagnóstico de la situación en el hogar, pues es fundamental que exista una estructura que dé contención a quien padezca una crisis de esta índole, cuyo origen está en la triada biológica, psicológica y ambiental.
El primer factor tiene que ver con la genética, el segundo con el entorno social en el que se desenvuelve el individuo, y el tercero con el confinamiento, ya que no es lo mismo vivirlo en un medio uniparental, biparental o muy grande, en el que los miembros presentan sus propios problemas o conductas adictivas.
El académico de la UAM precisó que la depresión unipolar tiene un componente de heredabilidad menor, en relación con la bipolaridad, en la que se sufren periodos prolongados de episodios maniacos.
En el caso de los en niños y adolescentes esto se manifiesta con irritabilidad, insomnio, disminución del apetito, pérdida de peso, falta de atención o concentración, ideas de culpa y muerte o ideación suicida.
Por otro lado, hay quienes sienten euforia, disminución en la necesidad del sueño –que no es lo mismo que el insomnio– sino que con pocas horas de descanso despiertan con mucha energía.
En el padecimiento unipolar sólo está presente la parte depresiva con todos sus síntomas, por lo que en estos casos es conveniente hacer una terapia familiar sistémica para crear un escenario que facilite la recuperación.
Para las etapas infantil y preadolescente, la tendencia a sufrir depresión mayor puede suceder por igual a mujeres y a hombres, pero ya en la adolescencia, quizás por factores hormonales, en ellas suele darse en una relación de dos a uno, ante lo cual los padres deben proporcionar una guía muy clara a sus hijos de cómo convivir en los espacios externos y confiar en las nuevas normas que impongan las instituciones escolares a los alumnos.
Existen centros de ayuda en línea, otros que ofrecen consultas en la modalidad presencial de terapeutas, y además puede visitarse la página del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, que da orientación psicoeducativa, una herramienta para la salud mental concluyó el doctor Mayer Villa.