En los días que corren se está volviendo común escuchar, en la niñez mexicana, expresiones como estas: “antes iba a la escuela y jugaba con mis amigos, ahora tengo que quedarme en casa y realizar en ella mis actividades”, “quiero ver a mis abuelos”, “quiero regresar a clases” o simplemente “extraño salir a jugar”. Pero en la colonia Pintores de Oaxaca, en la capital de esa entidad, fue oída la frase de un pequeñito que con los ojos llenos de tristeza preguntó a su madre: “Mamá ¿y hoy qué vamos a comer?”.
Los más de 125 días de confinamiento impuesto por la pandemia del COVID-19 están dejando estragos en los niños con problemas de convivencia frente a otros pequeños, de violencia intrafamiliar, afectivos, emocionales, nutricionales y económicos debido a que sus padres perdieron su empleo formal o informal y en sus familias no hay dinero para sufragar los gastos, incluidos los de comida.
Según la Encuesta de Seguimiento de los Efectos del COVID-19 en el Bienestar de las Niñas, Niños y Adolescentes, los infantes viven en sus casas con mucho menos recursos económicos que los habituales y se enfrentan a los problemas que están generando las secuelas del COVID-19. El informe del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (Equide) revela que solo el 58.3% de los hogares mexicanos con niños y adolescentes tienen recursos necesarios para quedarse en casa, en comparación con el 71.1% de los que no tienen infantes.
Otro dato relevante es que el número de hogares con niños que reportan que alguno de sus familiares perdió su empleo supera al de las familias que no tienen infantes. La falta de recursos económicos para adquirir alimentos y otros productos indispensables ha obligado a tres de cada 10 familias a pedir préstamos o a suspender el pago de deudas como el arrendamiento, debido a que el 62.2% de las personas que las encabezan forman parte de la economía informal quienes, a pesar de los riesgos de contagio, deben salir a trabajar para sobrevivir.
La situación de estos mexicanos es muy alarmante y requiere la atención urgente de los tres niveles de gobierno porque en el 57.9% de las familias sin niños vieron disminuidos sus ingresos prácticamente desde el inicio de la cuarentena y el 73.5% de las familias con infantes han sufrido la reducción de sus ingresos en el mismo periodo. Es decir, siete de cada 10 familias con hijos pequeños sortean la crisis sanitaria y económica con problemas de alimentación.
La encuesta exhibe el problema de la inseguridad alimentaria porque en el 72.7% de los hogares con niños hay preocupación por la cantidad y variedad de los alimentos, frente al 57.9% de las familias que no tienen niños. Las presiones financieras en las familias y la falta de comida provocan que en tres de cada 10 familias con niños haya síntomas de ansiedad.
Los especialistas en economía han recomendado al Gobierno Federal la habilitación de políticas públicas para enfrentar estos desafíos: trabajo y empleo para las familias; programas alimentarios o apoyos económicos directos o con tarjetas y la adopción de medidas sanitarias serias para evitar más contagios, ahora que se entró arbitrariamente a la “normalidad.”
En México hay 40 millones de niños, de los cuales más del 40% deben abandonar las instituciones de enseñanza pública para trabajar en las calles o en casas ajenas porque sus familias son pobres y padecen desigualdad social; muchos de estos niños son víctimas de maltrato, abandono, vejámenes y de la negación absoluta de sus derechos.
Hoy nuestro país, doblemente agobiado por la crisis de salud y la económica generada por ésta, debería inducir al gobierno de Andrés Manuel López Obrador a dar prioridad a la niñez, porque ésta es el presente y será el futuro de México. Sin embargo, lo más probable es que los niños pobres, al igual que sus padres, permanezcan como víctimas tanto del COVID-19 como de los malos gobernantes. Por el momento, querido lector, es todo.