“El muerto al pozo y el vivo al gozo”, reza el refrán popular para recordarnos que esta vida es única y que uno de sus mayores deleites es la comida, la cual es particularmente amplia y socorrida en las festividades del Día de Muertos, pues en los altares siempre están presentes los tamalitos, el mole, la calabaza en dulce, el atole, el café de olla, las calaveritas de azúcar y el pan que sólo en estas fechas se disfruta.
Son estos días la única ocasión del año en que los vivos conviven con sus familiares y amigos que “se adelantaron en el camino”, que “colgaron los tenis”, “que entregaron el equipo”, “que chuparon faros”, “que estiraron la pata”, que “se los llevó la huesuda”, que “ya valieron”…
Ellos ya no podrán disfrutar del sinfín de platillos que se colocan en los sagrarios en su honor. Se dice que “el muerto a la sepultura y el vivo a la travesura” y como “de amor nadie de muere” pero sí de un antojo o de hambre, todo lo que se coloca en la ofrenda es para compartir, ya sea en casa o al pie de las sepulturas.
Comida tipica el manjar de nuestros difuntos
“De muertos y tragones están llenos los panteones” y cómo no, pues resulta difícil resistirse a la tentación de los tamales de dulce de hoja de maíz o oaxaqueños, a los de hoja Santa o al zacahuil de Veracruz, a las corundas de Michoacán, al mucbipollo de Yucatán, a los güemes de Baja California, a los sonorenses, a los de cambray en Chiapas, el de frijol de Guerrero, el de muerto (maíz azul) de Guanajuato , los aguados de Morelos o a los de acayote en Puebla, por mencionar algunos, que se hacen más presentes en estas fechas.
El mole es otro de los platillos que engalanan las ofrendas de Días de Muertos y hay tantas variedades como regiones en el país, pues van del mole negro, el prieto, el amarillo, el poblano, el verde, el rojo, el de pipián hasta el “mancha manteles”, pero todos ocupan un lugar importante en los altares por sus colores, sabores y aromas.
Sin duda, el Pan de Muerto es el protagonista de estas fechas y para acompañarlo se coloca en los altares chocolate caliente, café de olla y atoles en sus diferentes variedades, pues eso dependía del gusto y origen de los difuntos, quienes en vida “morían” por el champurrado, el de arroz, de cajeta, de vainilla, de fresa, de amaranto o de coco.
Y “primero muerto” que olvidar el postres, los cuales van desde una calaverita de azúcar o de amaranto, calabaza en tacha, tejocotes en almíbar, camote en piloncillo hasta cocadas, dulces cristalizados o de leche.
Aunado a las delicias culinarias que cualquiera “moriría” por comerse, en las ofrendas es común encontrar los cigarros preferidos del difunto, juguetes, libros, la botella del tequila o del mezcal o una cerveza “bien muerta” para acompañar los alimentos.
Como “en este mundo matraca de morir nadie se escapa”, los manjares propios de estas fechas tampoco no son la excepción y una vez que se considera que los difuntos han disfrutado de las ofrendas, los vivos toman de ellas, dispuestos a disfrutar mientras haya vida, porque “para morir nacemos”.