Esténtor Político
El Estado y la necesidad del Estado surgieron como consecuencia de la evolución de las formas de organización en la sociedad. Para garantizar y hacer valer las leyes que el propio Estado promulgue y construir el edificio de la sociedad humana donde la ley y el orden establecidos tienen poder contra las mismas pasiones que, amoldándose a los criterios y propósitos de un solo hombre, pueden caer en contradicción con el bienestar de sus gobernados. Siendo un solo el hombre el que ostente el poder, cae en contradicción su esencia de gobernante o Estado.
En México, el país que durante décadas derramó sangre para tener una república democrática y laica, hoy, esa historia sólo se vuelve un mural más de Diego Rivera, pintado en Palacio Nacional. Lugar donde hoy ostentan con alegoría a un movimiento que llegó al poder con apoyo popular, pero con cabezas sin dirección. La dualidad política de López Obrador hace al lópezobradorismo una bomba de tiempo que comenzará a destruir los posibles cimientos de Morena, cuya destrucción ha comenzado desde adentro y por sus propios líderes. Aquel dogmatismo raquítico se ha convertido en fanatismo convenenciero con miras de poder.
El presidente pregona con rigor tradicional la obligación del cristiano hacia su fe para llevarlo a un martirio de obediencia y del deber religioso. Así, la religión debería servir como la identidad política y forma de control de sus adeptos para ajusticiar a quienes no lo sean. Frente a nuestros ojos, el presidente de la república viola flagrantemente la ley con el estigma y el linchamiento. Los acontecimientos políticos atraen y distraen la atención. Pero el miedo y el honor son dos pasiones inconciliables que se adueñan de pensamiento y del poder. En la crítica, la prudencia sustituye al honor y la justicia al miedo. Cosas inaplicables en la política mexicana, hasta el momento.
Morena llegó al poder legítimamente en un proceso electoral muy reñido. Obtuvieron el derecho a ejercer el poder por seis años, como lo marca la Constitución. Ya con el poder en la mano, los políticos de este gobierno no saben qué hacer con él. Se olvidaron de dar resultados y gobernar para todos. La función cotidiana del egocentrismo de AMLO es el espectáculo de un hombre perdido que no se da cuenta que está perdido. Así el comediante supremo del partido ha perdido legitimidad en menos de un año.
La soberbia y las anécdotas de corrupción dentro del gabinete han sido puñaladas que se han dado a sí mismos. Se ha roto el tabú de la presidencia intocable, pura, y la realidad no cabe en el relato oficial. La respuesta al peligro sanitario (más de 60 mil muertos por COVID-19) se contamina muy pronto con el litigio político (Lozoya, persecución desde el poder, próximas elecciones) e igualmente grave es la incapacidad para entender el desafío de la violencia (59 mil homicidios).
El cuento puede servir para un mural y sostener el discurso de una campaña, pero no sirve para lidiar con una catástrofe sanitaria, económica, política y social como la que vivimos a 180 días del inicio del primer caso de COVID-19. El paisaje nacional corresponde al de un drama en cuyo corazón late una tragedia. El país cae por un barranco sin fondo. Nos falta lo peor. Por el momento, querido lector, es todo.