Nunca en la historia de la humanidad los sucesos económicos, políticos y sociales se paralizaron; si tal cosa hubiera ocurrido, la civilización se habría estancado en la comunidad primitiva. Pero los hombres, como autores de sí mismos por vía del trabajo, modificaron su entorno inmediato para satisfacer sus necesidades, creando con ello una cultura muy evolucionada que hoy incluso aspira a alcanzar las estrellas.
Ahora se lamenta, sin embargo, que entre los homo sapiens –antiguos y modernos– siempre ha habido individuos que no se limitan a producir los bienes y servicios requeridos para su subsistencia y los de su familia, sino que, viciados por el egoísmo y la ambición insaciable, utilizan su capacidad creativa para explotar a sus semejantes y arrinconarlos en la pobreza y la injusticia social.
Las sociedades humanas se hallan en permanente proceso de cambio que forzosamente se convierte en una revolución, palabra que podemos utilizar como cambio, ruptura o negación de lo anterior. Una negación que no necesariamente tiene que ser absoluta o radical, sino también una propuesta de renovación tomando lo mejor o más rescatable de lo anterior.
Pero lo nuevo debe ofrecer cambios, éstos no siempre son positivos y la posibilidad del error es inevitable en cualquier actividad humana cuyo objetivo sea modificar la realidad.
Pero cuando el cambio no es planeado para efectivamente hacer algo nuevo y ambos conceptos son utilizados como un discurso demagógico o una simple careta para ocultar el viejo continuismo que tanto ha afectado a México en el pasado reciente, es obvio que más temprano que tarde ambas falacias tengan que caer a causa del peso de la realidad nacional, que hoy se ha complicado por la contingencia sanitaria.
Éste parece ser el caso del gobierno morenista de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien llegó a la presidencia proponiendo algo nuevo y una transformación radical –a la que por cierto no se atreve a llamar revolución–, pero que el pueblo de México, en particular el trabajador y mayoritario, no ha visto por ningún lado tras un año y siete meses de praxis “revolucionaria de izquierda”.
Por ello, todo mundo coincide en que AMLO es un personaje mediático y ególatra; que no tiene un plan de gobierno diseñado para realmente gobernar para el pueblo; que entre sus prioridades no figuran los más pobres, como tanto lo cacareó en su campaña de 2018; que una vez en el poder solo aspira a mantenerse ahí a toda costa, y que sus giras estatales son los primeros eventos de la campaña electoral de 2021, con la cual pretende mantener su mayoría en el Congreso de la Unión.
Eso es lo único que sabe hacer: viajar, hablar, mentir, echar “rollos infumables” y andar de gira por todo el país. ¿Qué es lo que le hemos visto hacer en los últimos meses durante la crisis sanitaria generada por el COVID-19 y la aparición de los primeros indicios de la crisis económica derivada de esta pandemia? En el caso de la primera, retrasó las medidas preventivas para atenuar su impacto; desprotegió al personal médico y ocultó las cifras reales del COVID-19.
En el caso de la segundo, omitió las propuestas de los empresarios que buscaban evitar la quiebra de las micro, pequeñas y medianas empresas mediante el pago de salarios a los trabajadores por cuenta del gobierno y la prórroga de pagos fiscales y servicios, medidas con las pudo haber evitado la desaparición de millones de puestos de trabajo y congraciarse de sus desacuerdos con los inversionistas de todos los niveles.
La mala gestión de AMLO ha puesto a la economía frente a una de las peores expectativas de estancamiento; las inversiones privadas son muy limitadas para el corto, mediano y largo plazos; el campo sigue en crisis por falta de apoyos y su negativa a que el Estado invierta en infraestructura básica tiene suspendida a la industria de la construcción mientras los pueblos y colonias pobres carecen de agua potable, drenaje, electricidad, pavimentos, etc.
Antes del COVID-19 había inconformidad debido al desabasto de medicinas en clínicas y hospitales y a las arbitrarias decisiones económicas de AMLO, pero la pandemia vino a ofrecerse como la lupa que muchos mexicanos necesitaban para ver mejor su falta de oficio en el manejo de un Estado tan grande y complejo como México, y para prever o siquiera reconocer que la crisis sanitaria y el desempleo dejarían sin comida a millones de mexicanos.
Con las elecciones de 2021 puede llegar algo nuevo y ello dependerá, en gran medida, de que los ciudadanos estemos conscientes de que el país no puede avanzar con la política antipopular y autoritaria de AMLO. Los mexicanos debemos formar un frente nacional cuyos objetivos sean evitar que México siga cayéndose en pedazos y construir un nuevo proyecto de nación que efectivamente enarbole las demandas del pueblo.
Solo así, con la llegada de algo nuevo, con la razón y la verdad de nuestro lado, México podrá encaminarse hacia una verdadera justicia social. Por el momento, querido lector, es todo.