Japón es la tercera economía del mundo pero también es conocida por tener una de las tasas de suicidio más altas en países desarrollados, pese a que las cifras han caído en los últimos años en 34 por ciento desde su pico en 2004 a 21 mil 321 casos el año pasado.
El recuento de suicidios de Japón es demasiado alto. Las recientes caídas solo hicieron que el país volviera a los niveles iniciales de la década de 1990, antes de que el prolongado estancamiento económico de Japón golpeara con fuerza.
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la tasa de suicidios de Japón es de 16.6 por cada 10 mil personas, el tercer lugar entre los estados del Grupo de los 20, detrás de Corea del Sur con 25.8 y Rusia con 19.3.
Para ponerlo en perspectiva, Japón perdió seis veces más personas por suicidio que por accidentes de tráfico en 2017. Alrededor del 80 por ciento de las víctimas eran hombres.
Por supuesto, cada suicidio es único. Pero, en 10 por ciento de los casos, el trabajo se identifica como una causa. Estadísticamente, la mayoría de estas personas habrán tenido depresión, ya que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 90 por ciento de los que intentan suicidarse sufren depresión.
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Enfrentarse a la depresión y, por lo tanto, atacar la causa raíz del suicidio, se reduce a tres cosas clave: prevención, detección temprana y tratamiento. Y en los tres, los empleadores pueden desempeñar un papel.
La detección temprana de la depresión también es importante. El estigma asociado en Japón con la admisión de enfermedades mentales se está desvaneciendo gracias a las campañas de salud pública. Pero persiste.
Una encuesta de la London School of Economics en 2017 revela que los japoneses, seguidos por los estadunidenses de los ocho países estudiados, son menos propensos a informar a sus empleadores sobre la depresión.
Particularmente vulnerables son los hombres japoneses que no están acostumbrados a admitir «debilidad». Más del 30 por cierto de las víctimas de suicidio japonesas son varones de entre 30 y 60 años, el doble de su 16 por ciento de la población.
Paradójicamente, Japón tiene un porcentaje relativamente bajo de pacientes diagnosticados con trastornos depresivos: 4.2 por ciento, la alta tasa de suicidios sugiere que muchos japoneses sufren en silencio. Un mejor diagnóstico temprano aumentaría el número de personas que buscan tratamiento y salvan vidas.
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Para promover la detección temprana, el gobierno decretó que las pruebas de estrés regulares sean obligatorias desde diciembre de 2015 en los lugares de trabajo con más de 50 empleados. Si bien este es un paso en la dirección correcta, las pruebas genéricas pueden ser demasiado imprecisas para capturar problemas individuales. De nuevo, las compañías pueden hacer más.
La depresión en el trabajo no es solo un problema médico sino también económico. Se estima que la depresión le cuesta a Japón 14 mil millones en productividad perdida anualmente a través de empleados que informan estar enfermos o que se presentan a trabajar y que no son productivos.
Pero, mucho más importante es la obligación moral de ayudar a los que sufren. La OMS estima que una de cada cuatro personas sufre una enfermedad mental, incluida una de cada cinco en el trabajo. Puede sucederle a cualquiera de nosotros. La lucha contra la depresión en el trabajo debe ser más importante en la agenda de gestión.